En una
pequeña isla de alguna parte del océano vivían las buenas gentes de Cancaguy.
Eran un pueblo alegre y feliz, dedicado a la agricultura y a la pesca, pero
desde hacía varios años, sus embalses estaban secos, y los pozos de agua
subterránea que utilizaban para beber, y con lo que regaban sus campos, se
estaban quedando sin agua. Así que
estaban preocupados y solamente gastaban la necesaria. Vivían rodeados de agua,
pero no podían utilizarla, porque era salada.
Una calurosa
mañana, Bubur, príncipe de Cancaguy, salió con su hermanita Alim a pescar, en
busca de alguna aventura y quién sabe si de algún nuevo pozo de agua.
Recorrieron un largo camino y llegaron al final de una playa donde nunca habían
estado.
Delante de
ellos se levantaba un inmenso acantilado donde se abría una gruta. Entonces
Alim le dijo a su hermano:
- Mira,
Bubur, ahí hay una entrada. Podríamos ver adónde nos lleva.-
Los dos
hermanos entraron en la cueva.
Pronto
vieron una luz al fondo que les indicaba a dónde estaba la salida, así que se
dirigieron hacia allí. Cuando llegaron al otro lado y salieron al exterior no
podían creer lo que estaban viendo. En una pequeña y escondida playa, florecía
un jardín de bonitos colores, y justo en la orilla de esta, un gigantesco árbol
repleto de hojas se alzaba majestuoso.
Bubur y su
hermana nunca habían visto un árbol de semejantes características; ni tampoco
una playa llena de flores, pero había algo más que les llamaba la atención:
junto al árbol, un pequeño cervatillo y otros animales bebían agua. ¡Agua del
mar!
Bubur y su
hermana se acercaron a la orilla, junto al árbol, y los animalillos salieron
corriendo.
- ¿Te has
fijado, Alim? Esos
animales estaban bebiendo agua salada-.
Y no había
terminado de decir esto, cuando su hermana pequeña dio un buen sorbo de aquella
agua cristalina.
- ¡Uuuuhm,
Bubur, está riquísima. Pruébala. Es dulce, no es como el agua del mar!-
- No digas
tonterías - contestó Bubur -. Eso es imposible. Es agua de mar y todo el mundo
sabe que el agua del mar es salada-.
-Así es –
dijo de pronto el árbol dando un buen susto a nuestros amigos -. El agua del
mar es salada, aunque se puede salar. No temáis, mi nombre es Ger y soy un
gorgoé, el árbol mágico de los océanos.
Cada día, al
llegar la tarde, algunas de mis hojas caen al agua y durante la noche absorben
toda la sal que hay cerca de ellas. Después son arrastradas hasta la arena,
donde se convierten en esas flores que veis.-
Bubur y su
hermana no podían creer lo que estaban oyendo. Durante un largo rato,
escucharon la historia de gorgoé, bebieron agua en abundancia y después
corrieron a la aldea a contarle a su padre, el rey Bisar, todo lo que habían
visto. Al principio los mayores se reían de Bubur y su hermana, pero era tan
grande el entusiasmo de los niños, que decidieron ir todos al lugar donde
decían estaba aquel árbol mágico que hablaba y purificaba el agua.
Y así es
como a la mañana siguiente casi toda la aldea llegó a la playa cubierta de
flores donde estaba el gorgoé. Todos se quedaron muy sorprendidos al ver un
lugar tan bonito y aquel extraño árbol en la orilla del mar.
Bubur le
dijo al árbol:
- Mira, Ger, este es mi pueblo y este es mi padre, el rey Bisar
-.
- Hola,
Bisar. Te saludo a ti y a tu pueblo – respondió el gorgoé -. Todo lo que te han
contado tus hijos es cierto. Sé que sois buenas gentes y por eso nací aquí -.
Los hombres
se miraron incrédulos; entonces Alim se agachó, bebió agua y exclamó:
- ¡Ven,
papá. El agua es buena, es dulce, pruébala!-
El rey en
persona bebió agua y advirtió que ciertamente era buena. Entonces todos
bebieron y celebraron aquel regalo divino.
Pasó el
tiempo y la felicidad reinaba de nuevo en Cancaguy, porque todos sus problemas
con el agua habían desaparecido, gracias al gorgoé y a que sabían utilizarla
con prudencia.
Pero pronto
llegaron rumores de aquel árbol mágico al temido emperador Vidok de las lejanas
tierras de Tartor. Tartor había sido una tierra verde y abundante, pero el
malvado Vidok cortaba todos los árboles para construir barcos que luego
cambiaba por oro, por lo que sus tierras estaban medio desiertas y secas.
Y como era
un emperador ambicioso y había oído contar que aquel árbol proporcionaba toda
el agua que uno quería, decidió verlo con sus propios ojos y se dirigió hacia
Cancaguy en su barco, con su ejército de soldados.
Al llegar a
la orilla, los soldados de Vidok, cuyos poderosos músculos eran conocidos a lo
largo y ancho del océano, apresaron al rey Bisar y a todos los hombres de
Cancaguy. Entonces el ambicioso Vidok obligó a Bisar a mostrarle aquel árbol
del que tanto hablaban y el rey no tuvo más remedio que llevarles hasta donde
se encontraba el gorgoé.
Una vez
allí, el emperador Vidok bebió agua y puo comprobar que aquellos poderes que
atribuían al árbol eran ciertos. Y exclamó:
- ¡Soldados,
arrancad este árbol y cargadlo en el barco, nos lo llevamos a Tartor! –
- ¡No, por
favor, se lo ruego! – Imploró el rey Bisar. – Hace años que no llueve y este
árbol nos ha permitidos sobrevivir. Si se lo llevan, volveremos a quedarnos sin
agua. –
Pero las
súplicas del rey no sirvieron de nada y el emperador Vidok gritó tras soltar
una carcajada:
- ¡En
marcha, soldados, arrancad el árbol! –
El barco
zarpó con el árbol a bordo sin que los habitantes de Cancaguy pudieran hacer
nada para evitarlo. Todos quedaron muy tristes mientras la nave se alejaba
hacia el horizonte llevándose el gorgoé.
Pero de
pronto, se levantó una furiosa tormenta y todos vieron las raíces del árbol,
como si de los tentáculos de un gigantesco pulpo se tratara, agitarse
violentamente y golpear el barco, zarandeándolo en el océano, por lo que, como
castigo, en unos segundos, se partió por la mitad y el gorgoé se llevó la nave
y toda su tripulación a las profundidades del océano.
Y como fuere
que los habitantes de Cancaguy siempre habían sido buenas y pacíficas gentes,
pronto volvieron a tener agua para beber, porque en el lugar donde antes estaba
el árbol mágico, volvió a crecer otro gorogoé, que como el viejo Ger, todas las
tardes, dejaba caer sus hojas para que absorbieran la sal del agua,
convirtiéndose en flores.
Y desde
entonces todos vivieron felices y comprendieron que los gorgoé no se pueden
plantar donde uno quiere, sino que crecen allí donde ellos eligen.
FIN